sábado, 2 de mayo de 2009

Evangelio del IV domingo de Pascua


Evangelio: Jn 10,11-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Este es el mandato que he recibido de mi Padre”.


Meditación:Jesús nos habla de Sí mismo, se presenta como el buen pastor de nuestras almas. ¿Cómo es este pastor? Él conoce a cada uno por su nombre. Sabe cómo somos. Para Él no existen las masas ni los grupos. Cada uno es irrepetible, con su riqueza personal y su destino único. Cada uno de nosotros es querido por Dios. Como un padre ama a cada hijo, así nos ama Jesús, con un amor personal, como si fuéramos los únicos en el mundo. Él quiere tener una relación personal con cada uno de nosotros. Sueña con nosotros. Se entusiasma con nuestra salvación. Además de ofrecernos su amistad y su amor personal, Jesús hace lo que ningún pastor estaría dispuesto a hacer, por más bueno que fuera: da su vida por nosotros. En la Semana Santa y en la Pascua nos lo ha demostrado, hasta el extremo de morir en la cruz para salvarnos. Si un pastor quiere lo mejor para su rebaño, ¿cómo Jesús no nos ha de conducir hacia aquello que es nuestro verdadero bien? El Señor quiere llevarnos con Él a gozar de su Reino. Pero para ello debemos ser ovejas dóciles, que escuchen su voz, que se dejen pastorear y guiar por Él.


Reflexión apostólica:La colaboración con el establecimiento del Reino de Cristo en el mundo se lleva a cabo por medio de la obediencia. Esta virtud, junto con la apertura, la dependencia, la fe, la adhesión a la voluntad de Dios, la docilidad al Espíritu Santo, fecunda cada uno de nuestros esfuerzos apostólicos.


Propósito:Escuchar la voz del Espíritu Santo que habla en mi conciencia y seguir sus inspiraciones.