sábado, 9 de agosto de 2008

Evangelio XIX Domingo del Tiempo Ordinario

Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 22-33
En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y los dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió el monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: “¡Es un fantasma!” Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”, Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!” Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿Por qué dudaste?”En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.
Meditación
El Evangelio de hoy nos habla de la fe. Cuán importante es profundizar en la verdad de que nadie puede vivir a fondo la fe si la conoce sólo superficialmente, y en el hecho de que nadie puede convencer a los demás si primero no está convencido de su propia fe. “Nadie da lo que no tiene”. Por eso debemos conocer nuestra fe para poder vivirla. ¡Jesús y la Iglesia necesitan hombres y mujeres convencidos de su fe!Por otro lado, de poco sirve conocer con la mente la propia fe si no se la ama con el corazón ni se vibra interiormente por el anhelo de transmitirla a los demás. Ahora bien, este deseo de conocer la fe y de formarse, sólo puede brotar del encuentro personal con Jesucristo, de la experiencia de su amor. De ahí nace todo. El estudiar y el formarnos en nuestra fe es también un medio para amar más a Dios.La fe, no sólo es para predicarla, es para vivirla. Qué diferente sería nuestra vida si viéramos todo “desde arriba”, es decir desde Dios, desde la fe y desde el cielo, si viviéramos nuestra vida ordinaria con gran espíritu sobrenatural. La fe, por último, se debe vivir con amor. Mostrémosle a Dios nuestra fe y nuestro amor a través de las pequeñas expresiones de delicadeza de todos los días. Amor que se hace acto de fe consciente en una genuflexión ante la Eucaristía. Amor que transforma el tiempo libre en ocasión para hacer oración. Fe que se dirige a Jesús a lo largo del día por medio de jaculatorias y diálogos espontáneos. Fe que se hace obras. Fe, en fin, que contagia entusiasmo y fervor a cuantos nos rodean, fe que se testimonia con valentía en público y en privado.
Reflexión apostólica
Mi fe y mi amor a Dios no pueden separarse jamás de la fe y del amor a la Iglesia. La Iglesia merece todo nuestro amor y veneración porque es obra del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y a través de ella se nos transmite la fe.
Propósito
Me propondré formarme mejor en mi fe, inscribiéndome en algún curso en mi parroquia u ofreciéndome a ayudar en la catequesis.

lunes, 4 de agosto de 2008

Tu Serás mi hermano...Procesion del "Paso" en nuestra ciudad Blanca

Ambas comunidades de las Ordenes Dominica y Franciscana, participaron de la procesión o encuentro de Santo domingo de Guzman y San Francisco de Asis.


Lo mas resaltante en este año fue la presencia de mas de una veintena de frailes dominicos, venidos por el curso de dominicanismo.

Ambas imagenes a cargo de sus Terceras Ordenes, salieron de sus templos y al escuchar el sonar de la campana mayor de la caterdal se inclinaron en una brazo de amor y fraternidad.

Evanmgelio XVIII Domingo de la semana de Tiempo ordinario


Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Cuando Jesús desembarcó, vio aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos.Como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: “Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer”. Pero Jesús les replicó: “No hace falta que vayan. Denle ustedes de comer”. Ellos le contestaron; “No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados”. El les dijo: “Tráiganmelos”.Luego mandó que la gente se sentara sobre el pasto. Tomo los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
Meditación

El pasaje de la multiplicación de los panes nos da la oportunidad de suscitar en nosotros el asombro por la Eucaristía. Nos encontramos ante el misterio de nuestra fe, un misterio grande, un misterio de misericordia, pues en la Eucaristía, Jesús hace presente el sacrificio de la Cruz, su pasión y su muerte, nos muestra su amor que llega hasta el extremo, su amor que no conoce medida, ¿qué más podía hacer Jesús por nosotros? La multiplicación de los panes es una prefiguración de la Eucaristía, en ella Cristo se nos ofrece como alimento espiritual. ¿Y qué más grande puede ofrecernos el Señor, si no es Él mismo? Por eso, hemos de acercarnos con frecuencia a este sacramento, y con el alma limpia. Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar más para gozar del cielo, lo posee ya de modo adelantado. Además de la participación fervorosa en la Santa Misa, existen otros medios por los cuales nos podemos acercar a Nuestro Señor, por ejemplo, por medio de las comuniones espirituales, y de la adoración del Santísimo Sacramento. Busquemos estar con Cristo, y reclinados espiritualmente sobre su pecho como el discípulo Juan, hagamos la experiencia de su amor infinito.El que reconoce el tesoro de la Eucaristía sentirá una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación con Cristo. En esos momentos de adoración es donde se aprende a amar como Cristo, se comprende su deseo de salvar a los hombres, su anhelo de vernos a todos en la casa del Padre.Concluyamos nuestra oración con una reflexión sobre la caridad evangélica. Cristo Eucarístico se nos ofrece a todos, así nos enseña que debemos amarnos unos a otros como Él nos ha amado, que debemos vivir la virtud de la caridad en pensamientos, palabras y acciones.
Reflexión apostólicaNo deben faltar en nuestros días momentos dedicados a elevar el corazón a Dios. Visitemos a Jesús en la Eucaristía siempre que podamos, Él desde ahí nos ve, nos oye y nos espera.
Propósito

Buscaré algún momento del día para detenerme frente a una Iglesia o capilla para visitar a Jesús en la Eucaristía.

Evangelio de la Fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor

El propósito de la Transfiguración
Evangelio Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 28-36

En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías”, sin saber lo que decía.No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”. Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Meditación

La Transfiguración del Señor nos hace dirigir la mirada hacia “las alturas”. Así, la página del Evangelio de hoy nos permite vislumbrar lo que será el cielo, ese momento del sumergirse en el océano del amor infinito de Dios, en el cual el tiempo ya no existe, donde podremos participar de la vida de Cristo, de esa felicidad que será completa, total y definitiva.Sin embargo, mientras llega ese momento, vivimos inmersos en una sociedad en la que es difícil hablar de de “salvación”, de vida eterna. Por eso, primero hemos de preguntarnos si nuestra fe cristiana es viva, si es para nosotros una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida.En segundo lugar, la fe en la vida eterna nos ha de llevar a dejar de estar encerrados en el propio yo y a poner en marcha nuevos modos de proclamar el mensaje del Evangelio. Lo que más se necesita en este tiempo de la historia de la Iglesia es la renovación de ese celo apostólico que nos haga salir en busca de los que se han alejado de la fe, de los que viven superficialmente su cristianismo, de los que se han olvidado de que el destino final no está aquí, sino en el cielo. No pensemos que se requieren de métodos extraños. La respuesta la tenemos en la liturgia de la Iglesia, y sobre todo en el sacramento de la Eucaristía, es ahí donde se manifiestan las realidades eternas, de ahí debe partir el impulso para un apostolado fructuoso en el mundo.En este camino contamos también con las virtudes teologales, con la fe, la esperanza y la caridad. La fe y la esperanza son la inspiración, la base de nuestros esfuerzos para alcanzar el cielo. El amor es lo que nos dará fuerza para predicar el mensaje de Cristo y vivirlo fielmente.¡Que la Transfiguración del Señor nos haga salir a predicar y trabajar por una nueva evangelización!
Reflexión apostólica

No se puede separar el amor a Cristo del compromiso por la edificación de la Iglesia y la difusión del Evangelio. Si nuestra religión se redujera a unas cuantas oraciones, a la asistencia de la Misa dominical, a un asunto puramente personal o privado, perderíamos su verdadero sentido.Pidámosle al Señor un corazón lleno de celo apostólico y formémonos para ser capaces de desarrollar una labor eficaz en la evangelización.
Propósito

Buscar ejercer una influencia cristiana en mi medio ambiente, sea en el trabajo, en mi familia o con los amigos.