martes, 16 de agosto de 2011

Los Escritos Apócrifos sobre la Asunción de la Virgen




Tomado de Santiago de la VORÁGINE: La Leyenda dorada, capítulo CXIX, pág. 477-481

La Asunción de la Bienaventurada Virgen María

En un libro apócrifo atribuido a san Juan Evangelista se cuenta cómo ocurrió el hecho de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. En él se dice lo siguiente:

1.- “Mientras los apóstoles, dispersos por las diferentes países del mundo, predicaban el Evangelio, la Virgen María permaneció viviendo en una casa próxima al monte Sión, de la que frecuentemente salía para visitar con devoción fervorosa todos los lugares que guardaban alguna relación especial con su Hijo, tales como el sitio donde fue bautizado y aquellos otros en que oró, ayunó, padeció su Pasión, murió, fue sepultado, resucitó y el monte desde el que subió al cielo”.

Según San Epifanio María vivió todavía veinticuatro años después de que Cristo ascendiera a la gloria. Este santo asegura que la Bienaventurada Virgen tenía catorce años cuando concibió en sus entrañas a su Hijo, y quince cuando lo alumbró; que vivió con él treinta y tres años y sin Él otros veinticuatro más a partir de la Pasión y muerte del Salvador. De éste cómputo se sigue que María salió de este mundo a los setenta y dos años de edad. Otros relatos más verosímiles dicen que la Madre sobrevivió a su Hijo solamente los doce años que, según la Historia Eclesiástica, permanecieron los apóstoles predicando por Judea y sus alrededores; y si así fue, como parece cierto, la Señora fue llevada al cielo cuando contaba sesenta años de edad. Pero volvamos al mencionado libro:

“Un día acaeció lo que sigue: el corazón de la Virgen empezó a sentir una especial añoranza de su Hijo; deseaba reunirse cuanto antes con Él. Estos vivísimos deseos produjeron en su ánimo tal emoción, que de sus ojos comenzaron a brotar torrentes de lágrimas. Nada podía llenar el vacío que experimentaba en su alma al verse separada del objeto de su amor. De pronto, envuelto en luminosas claridades, surgió ante ella un ángel que con la reverencia que a la Madre de su Señor era debida, saludóla diciendo: Dios te salve, María, bendita y objeto de las bendiciones de quien trajo la salvación a Israel. Señora, re traigo desde el paraíso este ramo de palma para que sea colocado sobre tu féretro. Dentro de tres días te reunirás con tu Hijo que te está esperando. También él quiere reunirse contigo, puesto que eres su Madre.

María respondió al mensajero: Si he hallado gracia ante tus ojos, te ruego que me digas cómo te llamas, pero con mayor empeño te pido que antes de mi partida vengan junto a mí mis hijos y hermanos los apóstoles, porque quiero verlos a todos, deseo que estén presentes cuando entregue mi alma a Dios, y que sean ellos quienes se encarguen de mi entierro. Aún tengo que pedirte una cosa más: di a mi Hijo tu Seño, que cuando mi espíritu alga del cuerpo para emigrar de esta tierra, ningún espíritu maligno se atraviese en mi camino ni Satanás salga a mi encuentro.

Calló la Virgen y el ángel tornó a hablar y dijo: ¿porqué deseas saber mi nombre, que es admirable y grande? Hoy mismo los apóstoles estarán aquí. Quien en otro tiempo trasladó a un profeta en un instante desde Judea a Babilonia, llevándolo cogido por sus cabellos, en otro instante, no lo dudes, trasladará aquí a los apóstoles desde donde quiera que ahora se hallen; todos estarán a tu lado en el momento de tu muerte y participarán en las exequias y en las honras que mereces. En cuanto a lo de no ver s Satanás en tu camino ¿porqué temes encontrarte con él, si precisamente tú le has aplastado la cabeza con tus pies y lo has despojado de toda su potestad? Pero queda tranquila, tu deseo de no verlo se cumplirá.

Una vez dicho esto, el ángel, envuelto en claridades luminosas, regresó al cielo. La palma que había traído quedó en casa de María, era una especie de ramo formado por una vara verde cuyas hojas fulgurantes y esplendentes brillaban como el lucero de la mañana.

Estando Juan predicando en Éfeso oyese de pronto un fragoroso trueno, descendió sobre el apóstol una nube blanca, lo envolvió en sus celajes, se apoderó de él, y lo trasportó por el aire hasta la puerta misma de la casa de la Virgen. El discípulo virginal llamó, entró, llegó hasta la estancia en que la Señora estaba, y la saludó reverentemente. María lo vio, se sorprendió, se emocionó y sin poder contener las lágrimas por la alegría que su llegada le produjo, díjole:

- Juan, hijo mío, acuérdate de las palabras con que tu Maestro nos encargó, a mí que fuese tu madre y a ti que fueses mi hijo. El Señor me ha hecho saber que es llegada la hora en que debo pagar el tributo universal de los humanos; te encomiendo pues que en cuanto muera des sepultura a mi cuerpo, porque he oído decir que, en un consejo celebrado por los judíos, el presidente de esa asamblea dio esta consigna a los reunidos: Hermanos, vigilemos de cerca de esa mujer que traja al mundo a Jesús, no la perdamos de vista, estemos atentos, y tan pronto como fallezca, procuremos apoderarnos de su cadáver para arrojarlo al fuego y quemarlo. Para evitar que hagan lo que tienen pensado, haz que inmediatamente después de que yo haya expirado, mis restos sean conducidos a la sepultura, y encárgate de que alguien lleve esa palma delante de mi féretro.

- ¡Qué lastima –comentó Juan- que no esté aquí mis otros hermanos, los apóstoles, para hacerte unas exequias tan magníficas y honrosas como mereces!

No había acabado de pronunciar las últimas palabras de esta frase, cuando sendas nubes descendieron sobre los aludidos apóstoles, que se hallaban predicando en diferentes sitios, los envolvieron, se apoderaron de ellos, y los trasportaron por el aire, dejándolos en un instante a todos colocados ante las puertas de la casa de María.

- ¿A qué se deberá que el Señor nos haya congregado a todos repentinamente en este lugar? preguntábanse unos a otros, llenos de admiración al verse inesperadamente juntos.

Desde dentro oyó Juan que varias personas hablaban simultáneamente a la puerta de la casa; salió para enterarse de lo que ocurría, y, al ver reunidos allí a los demás apóstoles, les informó de lo relativo a la próxima muerte de la Señora y les hizo esta advertencia:

- Hermanos, cuando María muera tenemos que mostrarnos fuertes, dominar nuestros sentimientos y no llorar, porque si la gente nos viese entregados a nuestro natural dolor, se extrañaría y diría: ¡Vaya!, parece que estos hombres que tanto empeño ponen en convencernos de que hemos de resucitar, no están muy convencidos de lo que predican, porque si lo estuvieran, no les produciría tanta pena la muerte de esta mujer”.

Dionisio, discípulo de San Pablo, en su libro sobre Los nombres divinos, dice que él fue testigo presencial de la muerte de la Virgen: que cuando la Señora murió se hallaban presentes todos los apóstoles y que, nada más fallecer, cada uno de ellos, ordenadamente y con arreglo a un turno, pronunciaron un sermón en elogio de Cristo y de su Madre. He aquí las propias palabras de este autor en el relato que de esto hizo a Hieroteo: “Como muy bien sabes, allí estuvimos nosotros y otros muchos de nuestros santos hermanos y pudimos ver el cuerpo que produjo la vida de nuestro Príncipe y llevó a Dios en sus entrañas. También estuvieron presentes Santiago, el hermano del Señor, y Pedro y Pablo, el más autorizado y sublime de los teólogos. Después se acordó que cada uno de aquellos jerarcas tomase la palabra y a tenor de sus posibilidades y cada cual a su manera, alabase la bondad que manifestó el Todopoderoso al revestirse de nuestra debilidad” Hasta aquí, San Dionisio.

“Cuando María –continúa el relato del libro apócrifo- vio reunidos a todos los apóstoles, encendió las lámpara y cirios que había en la casa, bendijo al Señor y se sentó en medio de los reunidos. Hacia la tercera hora de la noche llegó Jesús acompañado de los grupos de los profetas, de los ejércitos de los mártires, de las legiones de los confesores y de los coros de las vírgenes. Cuantos constituían este numerosísimo cortejo se situaron ordenadamente ante el trono de la Santa Madre y empezaron a cantar dulcísimos himnos”.



El referido libro atribuido a San Juan prosigue describiendo el cuadro de las exequias que los reunidos celebraron a continuación en honor a María, y dice: ”Inició el oficio el propio Jesús, con esta palabras: Ven querida Madre mía; ven conmigo a compartir mi trono, porque me tienes cautivado con tu hermosura. María respondió: Mi corazón está preparado, Señor, mi corazón está preparado. Luego, los que habían venido acompañando a Jesús entonaron con suavísima dulzura este versículo: He aquí una mujer que jamás mancilló su tálamo con deleites sensuales; por eso recibirá como recompensa el premio reservado a las almas santas. Entonces María repitió lo que un día, años antes dijera: El que todo lo puede, cuyo nombre es santo, ha obrado en mí cosas grandes, por eso todas las naciones me llamarán bienaventurada. Seguidamente, el que dirigía a los demás cantores, elevando el tono de voz elevó esta antífona: Ven desde el Líbano, esposa mía, que vas a ser coronada. A lo cual María contestó: Voy, Señor, que en el Libro de la Ley se dice de mí que en todo y siempre haré tu voluntad y que mi espíritu se complace en ser fiel a tus deseos, ¡oh, mi Dios y Salvador! EN aquel preciso momento, el alma de la Virgen salió de su cuerpo y voló a la eternidad en brazos de su Hijo. Su muerte se produjo sin dolor, sin agonía y sin nada de cuanto hace penoso y triste el morir.

En cuanto María expiró, el Señor dijo a los apóstoles:

- Tomad el cuerpo de mi Madre, llevadlo al valle de Josafat, colocadlo en un sepulcro nuevo que allí encontraréis y no os mováis de aquel lugar hasta que yo vaya, que será de aquí a tres días.

Dicho esto, Cristo, con el alma de su Madre en los brazos, emprendió su viaje hacia la gloria rodeado de infinidad de rosas rojas, es decir, de multitud de mártires, y de una innumerable cantidad de azucenas, porque azucenas parecían los ejércitos de los ángeles, de los confesores y de las vírgenes que le daban escolta.

Los apóstoles, al ver que el magnífico cortejo se alejaba de la tierra, comenzaron a exclamar:

- ¡Oh Virgen prudentísima, te vas y nos dejas! Señora, no te olvides de nosotros!

Quienes habían quedado en el cielo, al oír los cánticos de los que a él subían, llenos de admiración salieron al encuentro de aquella solemnísima procesión, y al ver a su Rey portando en sus brazos el alma de una mujer gallardamente entronizada sobre las palmas de las manos divinas, profundamente impresionados por la grandiosidad de aquel espectáculo, exclamaron a coro:

- ¿Quién es ésta que viene del desierto rodeada de delicias y erguida sobre las manos de su amado?

Los de la procesión contestaron:

- Esta es la más hermosa de las doncellas de Jerusalén; vosotros la conocéis: es la criatura que vivió llena de amor y de caridad.

Así fue cómo María jubilosamente entró en el cielo y tomó posesión del trono que le estaba reservado a la derecha del su Hijo.

A los Apóstoles les fue dado contemplar el alma de la Virgen y conocer que era tan blanca y pura que jamás las lenguas mortales serían capaces de ponderar debidamente su hermosura y su limpieza.

Mientas tanto, tres doncellas acudieron a casa de María a amortajar su cuerpo; mas al despojarla de sus ropas para lavarlo tornóse tan resplandeciente que, aunque pudieron tocarlo, deslumbradas por los fulgores que despedía, no les fue posible verlo, porque los ofuscadores destellos duraron hasta que el santísimo cadáver de la Virgen, concluido el lavatorio, fue de nuevo tapado y cubierto por los lienzos de la mortaja. Seguidamente los apóstoles, con suma reverencia, tomaron en sus brazos el sagrado cuerpo y lo colocaron sobre el féretro.

Cuando momentos después iban a iniciar la marcha para conducir los benditos restos de la Señora al sepulcro, Juan dijo a Pedro:

- Pedro, puesto que el Señor te otorgó el primado sobre nosotros, te confió el cuidado de sus ovejas y te constituyó príncipe y cabeza de los demás apóstoles, a ti te corresponde presidir este cortejo caminando delante de todos y llevando en tus manos esta palma.

Pedro respondió a Juan:

- No, Juan; tú eres quien debes llevar esa palma y caminar delante del féretro; la palma de la Virgen ha de ser enarbolada por alguien que haya vivido virginalmente; por tanto este honor te corresponde a ti, que por ser virgen, fuiste elegido por Cristo. Además, a ti te concedió el Señor el privilegio de reclinar tu cabeza sobre su pecho; de semejante merced se ha seguido el hecho, reconocido por todos, de que descollaras sobre nosotros en gracia y sabiduría. A ti, pues, y solo a ti, que recibiste del Hijo tan señaladas muestras de predilección, te corresponde ahora tributar a la Madre este singular homenaje. Tú bebiste en la fuente de la claridad perpetua el agua de la luz; también por este motivo eres el más indicado para abrir la marcha y llevar en tus manos tan luminosísima palma en estas exequias de homenaje a la santidad. Yo llevaré el santo cuerpo; los demás hermanos, que vayan alrededor del féretro cantando himnos de alabanza a Dios Nuestro Señor.

Pablo intervino y dijo:

- Pedro, yo, el de menor categoría entre vosotros, te ayudaré a llevar el sagrado cuerpo de la Señora.

Así se hizo. Pedro y Pablo asieron con las manos las varas de la parihuela que servía de féretro, e inmediatamente se puso en marcha el cortejo. Al comenzar a caminar, Pedro entonó las primeras palabras del salmo 113 de esta manera: In exitu Israel de Aegypto, alleluja! (Al salir Israel de Egipto, ¡aleluya!) y los demás apóstoles de incorporaron a la salmodia cantando dulcemente el resto de los versículos.

Porque así quiso el Señor una nube envolvió el féretro y los acompañantes durante todo el trayecto, de ese modo el paso de la comitiva quedó oculto ante los ojos de la gente, que oía las cánticos, pero no veía a los cantores, entre los que se encontraban, no solamente los apóstoles, sino infinidad de ángeles cuyas dulcísimos melodías procedentes de lo alto ríanse en toda la tierra.

Los habitantes de Jerusalén, atraídos por el sonido de aquellas salmodias que llegaban hasta sus domicilios, salieron de sus casas e incluso de la ciudad y, como oían y entendían perfectamente los cánticos pero no veían a las personas que los interpretaban, no salían de su asombro, impresionados profundamente por aquel misterio, hasta que alguien llegó a ellos y les dijo:

- ¿Queréis saber lo que ocurre? Pues yo os lo diré. Es que ha muerto María, y los discípulos de Jesús van a enterrarla, y cantan mientras conducen el cuerpo a la sepultura.

AL enterarse de esto, los judíos se soliviantaron y comenzaron a gritar diciendo:

- Vayamos a nuestras casas, tomemos cuantas armas en ellas tengamos, y volvamos corriendo para atacar a esos discípulos. SI unimos nuestras fuerzas contra ellos los mataremos, les arrebataremos el cuerpo de la mujer que dio vida al seductor que trató de engañarnos, y seguidamente lo quemaremos.






El príncipe de los sacerdotes, cuando alguien le puso al corriente de lo que ocurría, fuertemente impresionado y lleno de ira exclamó:

- Esa mujer que decís ha muerto fue el tabernáculo en que se alojó el hombre que turbó nuestra paz y la de todo nuestro pueblo; no podemos consentir que quienes la llevan a enterrar le están tributando semejante homenaje.

Repitiendo estas y parecidas palabras, a voces, el referido príncipe de los sacerdotes se echó a la calle y, siguiendo el eco de los cánticos, llegó hasta donde estaba la invisible comitiva y trató de derribar el féretro para que el cuerpo de la Virgen cayera desde la parihuela al suelo; pero apenas sus manos tocaron la camilla quedáronsele paralizadas y adheridas a ella de tal manera, que sin poder desasirse vióse obligado a caminar al lado de los porteadores gritando de dolor por el fortísimo que sentía en sus brazos. Los demás amotinados, castigados por los ángeles que revoloteaban entre las nubes, quedáronse repentinamente ciegos, Entonces el príncipe de los sacerdotes recurrió a Pedro y le dijo:

- ¡Oh Pedro, bueno y santo! Mira la tribulación que padezco, no me desprecies; intercede por mi, te lo suplico, ante tu Señor. Recuerda que en cierta ocasión también yo intercedí por ti y te saqué del apuro en que te encontrabas cuando la portera o sirvienta aquella te reconoció y te denunció.

Pedro le respondió:

- Ahora estamos ocupados en las honras que debemos tributar a Nuestra Señora; hasta que no hayamos concluido de enterrar su cuerpo no podré atenderte; pero sí te digo que si crees en Nuestro Señor Jesucristo y en esta santa mujer que lo concibió en sus entrañas y lo llevó en su seno, inmediatamente – y de esto estoy completamente seguro – obtendrás la gracia de tu curación.

El atribulado sacerdote exclamó:

- Creo que Jesús, el Señor, es verdaderamente Hijo de Dios, y que esta mujer, ahora difunta, fue su Madre y fue santísima.

Nada más decir esto, las manos del príncipe de los sacerdotes, por sí solas, se desasieron del féretro, aunque sus brazos continuaron paralizados y aquejados de muy vivos dolores. Pedro, al darse cuenta de esto. Le dijo:

Besa el féretro y di conmigo: “Creo en Jesucristo Dios; creo que esta mujer lo llevó en su seno, creo que después del parto conservó perpetuamente su virginidad.”

Al terminar de decir con Pedro estas últimas palabras, el príncipe de los sacerdotes quedó repentina y totalmente curado. Entonces Pedro le indicó:

- Acércate a nuestro hermano Juan, dile que te dé la palma que lleva en sus manos y, cuando la hayas tomado en las tuyas, levántala, ondéala y muévela sobre toda esta gente que se ha quedado ciega; los que quieran creer lo que tú has creído y proclamado recuperarán inmediatamente la vista, pero lo que no crean continuarán privados de ella perpetuamente.

Después de todo esto los apóstoles prosiguieron su marcha hacia le lugar en que María debería ser sepultada. AL llegar a él. Depositaron su cuerpo en el monumento indicado por Cristo y, ateniéndose a lo que el Señor les había dicho, permanecieron allí tres días, al cabo de los cuales presentóse Jesús ante ellos, acompañado de innumerables ángeles y diciendo en tono de saludo:

- La paz sea con vosotros.

Ellos contestaron:

- Y la gloria contigo, oh Dios, que sin ayuda de nadie haces maravillas estupendas.

Jesús les preguntó:

- ¿Qué gracia y honores, a vuestro juicio, debo otorgar a la mujer que me dio el ser?

Los apóstoles respondieron:

- A tus siervos les parece junto que así como tú, venciendo el poder de la muerte resucitaste y eternamente reinas, así también deberías resucitar a tu Madre y colocarla perpetuamente a tu derecha en el cielo.

Como a Cristo le pareciera muy bien esta propuesta, al arcángel Miguel presentóle inmediatamente el alma de María. ÉL entonces la tomó en sus mansos y dijo:

- ¡Levántate, Madre mía, paloma mía, tabernáculo de la gloria, vaso de mi vida, templo celestial, levántate! Levántate, porque este santísimo cuerpo tuyo que sin cópula carnal y sin ancha de cualquier tipo de concupiscencia concibió el mío, merece quedar inmune de la desintegración que se produce en el sepulcro!

En aquel instante el alma de María se aproximó a su cuerpo, y éste, vivificado nuevamente, se alzó glorioso, salió de la tumba y entonces mismo la Señora, acompañada y aclamada por infinidad de ángeles, subió a los eternos tálamos.

En el momento de que María resucitó, Tomás hallábase ausente y, cuando regresó junto al sepulcro, todo había ya concluido. Los otros apóstoles le refirieron lo que acababa de suceder y, como él se resistiera a creerlo, la Virgen le dio una prueba de su Asunción al cielo en cuerpo y alma dejando caer desde el aire el cinturón que ella llevaba habitualmente sobre su túnica”.


Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora- Asuncionistas Ilustres






GALERÍA DE ASUNCIONISTAS ILUSTRES



EL DOMINICO SIERVO DE DIOS JOSÉ GARRIDO FRANCÉS

Ramón de la Campa Carmona



Vamos a hablar de un insigne dominico, el Rvdo. P. José Garrido Francés, que vio truncada su vida asesinado por odio a la fe en 1936, cuyo proceso de beatificación está a punto de concluirse en Ciudad Real. Nació en un pequeño pueblo de Palencia, Villaherreros, en 1893. Ingresado en la Colegiatura de la Orden de Predicadores, emitió sus votos solemnes en 1912. En 1918 fue ordenado de Presbítero. Como buen hijo de Santo Domingo, se consagró con gran celo y actividad al estudio, a la enseñanza y a la escritura: fue alumno aprovechado en Almagro, Saulchoir (Bélgica) y Friburgo (Suiza), en que se doctoró en Teología en 1924 con nota magna cum laude. En 1924 fue nombrado Lector de Filosofía en el Colegio de Almagro, al tiempo que Socio del Maestro de Novicios; ejerció como profesor de Historia Eclesiástica, Patrología, Arqueología y Liturgia, y pronto se destacó como un notable polígrafo. En 1925 fue designado Maestro de Conversos y Secretario del Consejo. En 1927 lo nombraron Archivero y Cronista Provincial. Fue Subdirector de la Escuela Apostólica, Vicemaestro de Novicios y Estudiantes, Director de la Tercera Orden y Prior de Almagro desde 1931 a 1934, dejando durante su mandato un singular recuerdo de su atención para con los pobres.



Aunque al terminar el curso académico de 1936 había marchado de vacaciones a su pueblo, tras el asesinato de Calvo Sotelo, decide regresar antes de tiempo al convento para correr la misma suerte de sus hermanos. Desde el dieciocho de julio duerme en la portería de las monjas para protegerlas. Era especialmente odiado por los revolucionarios, ya que en repetidas ocasiones los había reprendido por sus blasfemias. Su decidido celo le hizo organizar, junto a otros tres religiosos, guardias en la iglesia conventual tras la quema de la Parroquial de Madre de Dios, que salió a apagar junto con otros frailes. Incluso a unos revolucionarios que fueron a efectuar un registro el día veinticuatro, les plantó cara y les hizo descubrirse en el recinto sagrado. Asimismo, al salir un día de las monjas dominicas, intimado a que no volviese más, sin hacer caso de los facciosos, se volvió a coger la capa y le dispararon un tiro con escopeta que le atravesó la capilla, el escapulario y le rozó la correa por el lado izquierdo, pero resultó milagosamente -según Fr. Gabriel Seco- ileso.



Fue apresado con sus compañeros de comunidad el veinticuatro de julio. Habiéndoles ofrecido las autoridades civiles la posibilidad de salir de Almagro con salvoconductos, la aceptó junto con Fr. Justo Vicente y Fr. Mateo de Prado y un franciscano. El treinta de julio emprendieron la partida, ignorando que en el mismo tren iban los esbirros que habían de ejecutarlos sin juicio y sin otra acusación que la de ser religiosos. Llegados a la estación de Miguelturra (Ciudad Real) les obligaron a bajar y los fusilaron junto a la estación. Dios quiso que celebrara la próxima fiesta de la Asunción de María en la gloria del cielo. En la exhumación de los restos de los frailes asesinados en 1946, el P. Garrido fue reconocido por ser el más alto y sus huesos, por tanto, más grandes. Su cráneo apareció perforado por una bala de pistola y aserrado porque le fue practicada la autopsia en Miguelturra. Sus restos esperan la resurrección de los muertos juntos a sus compañeros mártires en un mausoleo marmóreo en el sotocoro de su iglesia de Almagro, que había sido antiguo Convento de la Asunción de monjas calatravas, donde celebró de manera fervorosa tantas veces los divinos oficios.





Conservamos de él artículos y variados apuntes de filosofía, teología, historia, patrística y literatura, así como múltiples sermones, que muestran su amplitud de miras y su vasto campo de trabajo. Pero lo que más nos interesa aquí es la importante labor periodística que desplegó entre noviembre de 1934 y noviembre de 1935 como columnista fijo del diario El Pueblo Manchego, que se editaba en Ciudad Real (excepto los lunes, por el descanso dominical) por La Editorial Calatrava, S.A.. Tenía a su cargo la Sección Religiosa, que era de carácter litúrgico, doctrinal o hagiográfico según los casos. La colección completa de sus columnas, de las que conservamos la mayoría manuscritas e impresas, constituye un auténtico Año Cristiano, cuyo contenido no ha perdido actualidad y merecería ser publicado completo. Van firmados con el seudónimo de El Francés de la Ballarna, formado de su segundo apellido y de su comarca natal. Reproducimos a continuación en su homenaje los publicados el catorce y el quince de agosto de 1935 (Año XXV, nº 8.073 y 8.074) en honor de la Asunción Gloriosa, quince años antes de la proclamación dogmática.



VIGILIA DE LA ASUNCIÓN



Es la Asunción de Nuestra Señora a los cielos la coronación de todas sus fiestas y recuerdos, el fin de su destierro y la entrada triunfal en el imperio de su Hijo, que son los cielos, como soberana y emperatriz. Qué alegría de ángeles, qué tristeza en los apóstoles, qué hermosura de Virgen, qué júbilo en los cielos, qué vacío en la tierra. Hasta ahora vivió en ella aquella vara de Jessé y rosa de Jericó para hacer dos veces el oficio de madre, siendo siempre virgen. La primera vez real y verdaderamente con aquel Niño concebido por milagro que después de haber llevado nueve meses en su seno, salió de él sin romperlo ni mancharlo, como el rayo del sol sale por un cristal y nació en Belén y vivió en Nazaret.



Era Hijo de Dios y María su madre fue por ello elevada a una dignidad superior a todos los ángeles, cual es ser Madre de Dios. La otra maternidad es figurada con relación a la Iglesia. Esta sociedad fundada por Nuestro Señor Jesucristo y fortalecida y vivificada por el Espíritu Santo, acababa de nacer cuando el Hijo de Dios subió a los cielos, y por no dejarla en un punto huérfana de padre y madre, ahí quedó la Santísima Virgen en torno de la cual se reunían los apóstoles, y a quien miraban los recién convertidos como un ser extraordinario, que tocaba la esfera de lo divino.



Cuentan de San Dionisio Areopagita que, al encontrarse con ella en Éfeso en los últimos días que vivió con el discípulo amado, le sobrecogió de tal manera, que la hubiera adorado como diosa, de no saber que era persona humana.



Cuando la Iglesia se extendía ya por todo el mundo y en las ciudades más famosas como Roma, Alejandría, Atenas, Antioquía era adorado el Hijo de la Virgen subió ésta al cielo a sentarse a su lado como reina de cielos y tierra.



LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA






La fiesta que hoy celebra la Iglesia creen algunos de origen apostólico; pero sin pruebas para ir tan lejos, es cierto que se trata de una festividad antiquísima. En el 451 estaba muy generalizada la relación del obispo Juvenal de Jerusalén a la emperatriz Santa ulqueria y a su esposo el general Marciano acerca de una tumba vacía, que los apóstoles habían preparado al pie del monte Olivete para nuestra Señora. En Roma se celebraba por el mismo tiempo la Dormitio, que es el nombre más frecuente entre los antiguos, principalmente caldeos, coptos, armenios. Tal solemnidad se dio a esta fiesta, que al convertirse los búlgaros hacia 860, reciben del Papa Nicolao I la orden de guardar su vigilia lo mismo que los ayunos de cuaresma y témporas. En el siglo XIV dispuso Bonifacio VIII que sonaran las campanas y hubiera solemnidad externa en el triunfo de María, aunque se estuviera en entredicho.



El significado lo cantaba así la liturgia gallicana: "Ni dolor al parir, ni dolor o trabajo al morir, ni corrupción en la tumba; ninguna sepultura podía retener la persona que la tierra no había contaminado". En el siglo XIII afirmaron los doctores más célebres, como Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, la opinión ya general de la Iglesia de la resurrección anticipada de Nuestra Señora. Muy pronto esta creencia se imponía como doctrina de la misma Iglesia y en algunos centros particulares, como La Sorbona, se prohibió atacarla ni por ejercicio de dialéctica. Si alguno lo hacía era castigado con severas censuras.



De no haberse suspendido el concilio del Vaticano [I] tan violentamente, quizá se hubiera tratado de esta creencia universal, coronamiento de todos honores dados a la Santísima Virgen, y hubiérase definido después de la Inmaculada Concepción. La Asunción corporal de la Madre de Dios a los cielos, está ya en la conciencia de todos los cristianos, y todos vemos muy razonable que, no habiendo sido manchada por el pecado original, no tiene deuda que satisfacer con la muerte su castigo; si María murió fue por conformarse con su Hijo, y de la misma manera que el santo de Dios no pudo conocer la corrupción, así tampoco su Madre. "Levántate, oh Señor, -decía David- levántate tú y el arca de tu santificación".



En cuanto al hecho se cuenta que, habiéndose dormido en el sueño de los justos María Santísima, fue colocada en un sepulcro por los Apóstoles, que vinieron de las regiones más apartadas. Tres días duraron los cánticos de los ángeles en torno al sepulcro, hasta que viniendo al cabo de ellos el apóstol Tomás, úinico que no presenció la muerte de María, abrieron el sepulcro por darle algún consuelo, y lo encontraron vacío. María se había ido al cielo en manos de los ángeles.

Programa Oficial de Festejos en Honor a Ntra. Sra. Coronada 2011



Programa Oficial de Festejos en Honor a Ntra. Sra. Coronada 2011

"Auxilio del cristiano, Socorro de los necesitados, se nuestro amparo noche y día"

Solemne Misa de apertura del Mes
Día 1 de Agosto
Eucaristía: Monasterio Santa Rosa 7:00am

Novena Gozosa a nuestra Madre Coronada:

Del 13 al 21 de Agosto
Eucaristía: Monasterio Santa Rosa 7:00am
Novena: Oratorio 6:30pm


DÍA 13: A cargo de la Cofradía de Nuestra Señora del Carmen
REFLEXION: “Recibe Hijo mío este escapulario, quien muera con el no padecerá las penas del infierno”
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DÍA 14: A cargo de los grupos de Semana Santa
REFLEXION: “María, la madre que sufre y se alegra”
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DÍA 15: A cargo de la Cofradía de la Mamita Asunta
REFLEXION: “La guía y guarda de nuestra Ciudad”
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DÍA 16: A cargo del Grupo de Oración Familiar Peregrinos de Chapi
REFLEXION: “María, la “mamita” que nos cuida y va con nosotros”
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DÍA 17: A cargo de la Cofradía del Señor de Los Milagros y Nuestra Señora de la Nube
REFLEXION: “María, Nube de bendición, Rocío de Esperanza”
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DÍA 18: A cargo de "Los Hijos de la Inmaculada"



REFLEXION: “María y sus hijos en distintos lugares”
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DÍA 19: A cargo de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores
REFLEXION: “La intercesión de una Madre: No tienen vino”
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DÍA 20: A cargo del Grupo del Divino Niño Jesús
REFLEXION: “María, y su regalo más grande: Jesús”
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DÍA 21: A cargo de la Fraternidad Virgen Coronada
REFLEXION: “María, Fiesta de la Madre Joven”

a continuación Solemnes y tradicionales Vísperas
Hora 7:00 pm
Noche cultural en honor a la Madre Coronada
Hora: 9:00 pm
Quema de fuegos artificiales en honor a la Virgen
Hora: 9:30 pm
Salve y repique de campanas





Dia 22 de Agosto Solemne Fiesta de Nuestra Señora Coronada




Santa María Reina
7:00am Misa Conventual en el Monasterio Santa Rosa



23 de Agosto




7:00am Solemne Misa de Fiesta en Honor a Nuestra Señora Coronada




Participación de los grupos participantes de la Novena, Equipo de "Siempre con María" e invitados.