martes, 16 de agosto de 2011

Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora- Asuncionistas Ilustres






GALERÍA DE ASUNCIONISTAS ILUSTRES



EL DOMINICO SIERVO DE DIOS JOSÉ GARRIDO FRANCÉS

Ramón de la Campa Carmona



Vamos a hablar de un insigne dominico, el Rvdo. P. José Garrido Francés, que vio truncada su vida asesinado por odio a la fe en 1936, cuyo proceso de beatificación está a punto de concluirse en Ciudad Real. Nació en un pequeño pueblo de Palencia, Villaherreros, en 1893. Ingresado en la Colegiatura de la Orden de Predicadores, emitió sus votos solemnes en 1912. En 1918 fue ordenado de Presbítero. Como buen hijo de Santo Domingo, se consagró con gran celo y actividad al estudio, a la enseñanza y a la escritura: fue alumno aprovechado en Almagro, Saulchoir (Bélgica) y Friburgo (Suiza), en que se doctoró en Teología en 1924 con nota magna cum laude. En 1924 fue nombrado Lector de Filosofía en el Colegio de Almagro, al tiempo que Socio del Maestro de Novicios; ejerció como profesor de Historia Eclesiástica, Patrología, Arqueología y Liturgia, y pronto se destacó como un notable polígrafo. En 1925 fue designado Maestro de Conversos y Secretario del Consejo. En 1927 lo nombraron Archivero y Cronista Provincial. Fue Subdirector de la Escuela Apostólica, Vicemaestro de Novicios y Estudiantes, Director de la Tercera Orden y Prior de Almagro desde 1931 a 1934, dejando durante su mandato un singular recuerdo de su atención para con los pobres.



Aunque al terminar el curso académico de 1936 había marchado de vacaciones a su pueblo, tras el asesinato de Calvo Sotelo, decide regresar antes de tiempo al convento para correr la misma suerte de sus hermanos. Desde el dieciocho de julio duerme en la portería de las monjas para protegerlas. Era especialmente odiado por los revolucionarios, ya que en repetidas ocasiones los había reprendido por sus blasfemias. Su decidido celo le hizo organizar, junto a otros tres religiosos, guardias en la iglesia conventual tras la quema de la Parroquial de Madre de Dios, que salió a apagar junto con otros frailes. Incluso a unos revolucionarios que fueron a efectuar un registro el día veinticuatro, les plantó cara y les hizo descubrirse en el recinto sagrado. Asimismo, al salir un día de las monjas dominicas, intimado a que no volviese más, sin hacer caso de los facciosos, se volvió a coger la capa y le dispararon un tiro con escopeta que le atravesó la capilla, el escapulario y le rozó la correa por el lado izquierdo, pero resultó milagosamente -según Fr. Gabriel Seco- ileso.



Fue apresado con sus compañeros de comunidad el veinticuatro de julio. Habiéndoles ofrecido las autoridades civiles la posibilidad de salir de Almagro con salvoconductos, la aceptó junto con Fr. Justo Vicente y Fr. Mateo de Prado y un franciscano. El treinta de julio emprendieron la partida, ignorando que en el mismo tren iban los esbirros que habían de ejecutarlos sin juicio y sin otra acusación que la de ser religiosos. Llegados a la estación de Miguelturra (Ciudad Real) les obligaron a bajar y los fusilaron junto a la estación. Dios quiso que celebrara la próxima fiesta de la Asunción de María en la gloria del cielo. En la exhumación de los restos de los frailes asesinados en 1946, el P. Garrido fue reconocido por ser el más alto y sus huesos, por tanto, más grandes. Su cráneo apareció perforado por una bala de pistola y aserrado porque le fue practicada la autopsia en Miguelturra. Sus restos esperan la resurrección de los muertos juntos a sus compañeros mártires en un mausoleo marmóreo en el sotocoro de su iglesia de Almagro, que había sido antiguo Convento de la Asunción de monjas calatravas, donde celebró de manera fervorosa tantas veces los divinos oficios.





Conservamos de él artículos y variados apuntes de filosofía, teología, historia, patrística y literatura, así como múltiples sermones, que muestran su amplitud de miras y su vasto campo de trabajo. Pero lo que más nos interesa aquí es la importante labor periodística que desplegó entre noviembre de 1934 y noviembre de 1935 como columnista fijo del diario El Pueblo Manchego, que se editaba en Ciudad Real (excepto los lunes, por el descanso dominical) por La Editorial Calatrava, S.A.. Tenía a su cargo la Sección Religiosa, que era de carácter litúrgico, doctrinal o hagiográfico según los casos. La colección completa de sus columnas, de las que conservamos la mayoría manuscritas e impresas, constituye un auténtico Año Cristiano, cuyo contenido no ha perdido actualidad y merecería ser publicado completo. Van firmados con el seudónimo de El Francés de la Ballarna, formado de su segundo apellido y de su comarca natal. Reproducimos a continuación en su homenaje los publicados el catorce y el quince de agosto de 1935 (Año XXV, nº 8.073 y 8.074) en honor de la Asunción Gloriosa, quince años antes de la proclamación dogmática.



VIGILIA DE LA ASUNCIÓN



Es la Asunción de Nuestra Señora a los cielos la coronación de todas sus fiestas y recuerdos, el fin de su destierro y la entrada triunfal en el imperio de su Hijo, que son los cielos, como soberana y emperatriz. Qué alegría de ángeles, qué tristeza en los apóstoles, qué hermosura de Virgen, qué júbilo en los cielos, qué vacío en la tierra. Hasta ahora vivió en ella aquella vara de Jessé y rosa de Jericó para hacer dos veces el oficio de madre, siendo siempre virgen. La primera vez real y verdaderamente con aquel Niño concebido por milagro que después de haber llevado nueve meses en su seno, salió de él sin romperlo ni mancharlo, como el rayo del sol sale por un cristal y nació en Belén y vivió en Nazaret.



Era Hijo de Dios y María su madre fue por ello elevada a una dignidad superior a todos los ángeles, cual es ser Madre de Dios. La otra maternidad es figurada con relación a la Iglesia. Esta sociedad fundada por Nuestro Señor Jesucristo y fortalecida y vivificada por el Espíritu Santo, acababa de nacer cuando el Hijo de Dios subió a los cielos, y por no dejarla en un punto huérfana de padre y madre, ahí quedó la Santísima Virgen en torno de la cual se reunían los apóstoles, y a quien miraban los recién convertidos como un ser extraordinario, que tocaba la esfera de lo divino.



Cuentan de San Dionisio Areopagita que, al encontrarse con ella en Éfeso en los últimos días que vivió con el discípulo amado, le sobrecogió de tal manera, que la hubiera adorado como diosa, de no saber que era persona humana.



Cuando la Iglesia se extendía ya por todo el mundo y en las ciudades más famosas como Roma, Alejandría, Atenas, Antioquía era adorado el Hijo de la Virgen subió ésta al cielo a sentarse a su lado como reina de cielos y tierra.



LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA






La fiesta que hoy celebra la Iglesia creen algunos de origen apostólico; pero sin pruebas para ir tan lejos, es cierto que se trata de una festividad antiquísima. En el 451 estaba muy generalizada la relación del obispo Juvenal de Jerusalén a la emperatriz Santa ulqueria y a su esposo el general Marciano acerca de una tumba vacía, que los apóstoles habían preparado al pie del monte Olivete para nuestra Señora. En Roma se celebraba por el mismo tiempo la Dormitio, que es el nombre más frecuente entre los antiguos, principalmente caldeos, coptos, armenios. Tal solemnidad se dio a esta fiesta, que al convertirse los búlgaros hacia 860, reciben del Papa Nicolao I la orden de guardar su vigilia lo mismo que los ayunos de cuaresma y témporas. En el siglo XIV dispuso Bonifacio VIII que sonaran las campanas y hubiera solemnidad externa en el triunfo de María, aunque se estuviera en entredicho.



El significado lo cantaba así la liturgia gallicana: "Ni dolor al parir, ni dolor o trabajo al morir, ni corrupción en la tumba; ninguna sepultura podía retener la persona que la tierra no había contaminado". En el siglo XIII afirmaron los doctores más célebres, como Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, la opinión ya general de la Iglesia de la resurrección anticipada de Nuestra Señora. Muy pronto esta creencia se imponía como doctrina de la misma Iglesia y en algunos centros particulares, como La Sorbona, se prohibió atacarla ni por ejercicio de dialéctica. Si alguno lo hacía era castigado con severas censuras.



De no haberse suspendido el concilio del Vaticano [I] tan violentamente, quizá se hubiera tratado de esta creencia universal, coronamiento de todos honores dados a la Santísima Virgen, y hubiérase definido después de la Inmaculada Concepción. La Asunción corporal de la Madre de Dios a los cielos, está ya en la conciencia de todos los cristianos, y todos vemos muy razonable que, no habiendo sido manchada por el pecado original, no tiene deuda que satisfacer con la muerte su castigo; si María murió fue por conformarse con su Hijo, y de la misma manera que el santo de Dios no pudo conocer la corrupción, así tampoco su Madre. "Levántate, oh Señor, -decía David- levántate tú y el arca de tu santificación".



En cuanto al hecho se cuenta que, habiéndose dormido en el sueño de los justos María Santísima, fue colocada en un sepulcro por los Apóstoles, que vinieron de las regiones más apartadas. Tres días duraron los cánticos de los ángeles en torno al sepulcro, hasta que viniendo al cabo de ellos el apóstol Tomás, úinico que no presenció la muerte de María, abrieron el sepulcro por darle algún consuelo, y lo encontraron vacío. María se había ido al cielo en manos de los ángeles.