viernes, 29 de enero de 2010

Evangelio del IV Domingo del Tiempo Ordinario


Evangelio: Lc 4,21-30
En aquel tiempo, después de que Jesús leyó en la sinagoga un pasaje del libro de Isaías, dijo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír”. Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: “¿es éste el hijo de José?”. Jesús les dijo: “Seguramente me dirán aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’ y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Y añadió: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, que era de Siria”. Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un barranco del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos se alejó de ahí.


Meditación:
“Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura”. Con estas palabras Jesús manifiesta que en su Persona el amor de Dios ha venido a los hombres. Para los verdaderos israelitas que conocían las Sagradas Escrituras esto no era motivo de escándalo. Jesús era el cumplimiento de la Antigua Alianza, la culminación de la Revelación que Dios había venido haciendo de sí mismo a los hombres, como Abraham, Moisés y los profetas. Los apóstoles, al estar con Jesús, al conocerlo, al escuchar su predicación y ver los milagros que realizaba se dieron cuenta de que en Cristo se cumplían todas las Escrituras. Sin embargo, como nos dice el evangelista san Lucas, no todos supieron aceptar a Jesús. Y nosotros, ¿tenemos a Jesús como nuestro verdadero Dios y Señor? Por otra parte, en el evangelio de hoy, Jesús comenta cómo Dios en el pasado hizo el bien a personas que no pertenecían al pueblo de Israel; al escuchar esto, los presentes en la sinagoga se llenaron de ira. Y nosotros, ¿podemos decir que nos alegramos por el bien ajeno?

Dios nuestro, danos el verdadero conocimiento de ti, concédenos el amor que llene nuestro corazón sediento de eternidad, te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo. Amén.